¿Ser psicóloga o ser artista?
La paradoja entre la autoexpresión y la neutralidad terapéutica
En las últimas semanas me he preguntado si es posible ser ambas cosas: psicóloga y artista.
No es que me considere artista —aunque quizá eso sea debatible—, pero siempre he sentido una inclinación profunda hacia la expresión creativa. Ya fuera tocando un instrumento, tomando fotografías, dibujando o, más recientemente, escribiendo, el mundo del arte me envuelve de manera orgánica. Una y otra vez, he buscado formas de expresarme.
Sin embargo, también elegí la psicología. Y aquí surge la paradoja.
Para algunas personas esto puede sonar exagerado, incluso innecesario.
Tal vez se pregunten:
¿Por qué habría que elegir entre ambas cosas?
¿Acaso un psicólogo no puede habitar múltiples identidades?
¿No es la autenticidad uno de los valores que se promueven en el proceso terapéutico?
Estas han sido varias de mis preguntas. La tensión se volvió más evidente cuando me topé con un video en el que una psicóloga explicaba sus razones para dejar por completo su práctica clínica y dedicarse a la escritura de ficción.
En el video, ella expone múltiples motivos que la llevaron a alejarse de la psicología. Entre ellos, menciona su deseo de ser escritora —una pasión que describe como su verdadera vocación— y la profunda incompatibilidad que sentía entre su autenticidad personal y las estrictas normas éticas y legales de la profesión, como la responsabilidad ante el suicidio de un paciente o las leyes relacionadas con el abandono terapéutico. Estas exigencias le generaban una ansiedad constante y la hacían sentir que no podía ser genuina.(Si tienes curiosidad, este es el video.)
Su experiencia me hizo reflexionar sobre mi propio deseo de expresarme creativamente y la neutralidad que se espera en el rol de terapeuta.
Especialmente porque el proceso creativo suele nutrirse de lo que más duele: la vulnerabilidad, la historia personal, los conflictos internos. Muchas veces, el propósito de expresarse es compartir aquello que habitualmente se mantiene oculto: lo crudo, lo íntimo, lo incómodo. Esto, definitivamente, no es neutral.
También creo que, para que el arte tenga un efecto sanador o reparador —e incluso para que resuene con los demás—, es fundamental mostrarse con transparencia y honestidad. En este sentido, el acto creativo es casi siempre un ejercicio de desnudez interna, o, en términos psicológicos, un acto de autorrevelación (self-disclosure).
¿Qué es la autorrevelación (self-disclosure) en terapia?
La autorrevelación se refiere al proceso mediante el cual el terapeuta comparte aspectos personales: vivencias, emociones, pensamientos o creencias, con el paciente. A diferencia de una conversación cotidiana o simétrica, en el contexto clínico esta práctica debe ajustarse a criterios éticos rigurosos. No se trata de compartir por compartir; debe tener un propósito terapéutico claro, beneficiar directamente al paciente, y utilizarse con cuidado, reflexión y moderación.
Lo que he aprendido es que, aunque la autorrevelación puede fortalecer la alianza terapéutica o modelar autenticidad, también puede interferir con el proceso transferencial o debilitar los límites de la relación profesional si se emplea de forma inapropiada.
El riesgo no está solo en lo que se dice, sino en cómo y por qué se dice.
Entonces, si el proceso creativo implica inevitablemente la autorrevelación, ¿cómo puede un terapeuta ser también un artista?
Comencé a investigar qué se ha dicho sobre este tema, tratando de encontrar alguna respuesta que me ayudara a resolver esta pregunta existencial.
Para algunos teóricos clásicos, cuanto menos se conozca de la vida del terapeuta, mejor. Esta idea se basa en el principio de que la transferencia —es decir, las proyecciones inconscientes del paciente sobre el terapeuta— ocurre con mayor claridad cuando este es percibido como una figura neutral.
En ese silencio, en ese vacío simbólico, el paciente proyecta figuras del pasado, heridas no resueltas, patrones relacionales internalizados. Ese espacio necesita ambigüedad, e incluso una pizca de misterio.
Desde esta perspectiva, la autorrevelación debe ser utilizada con cautela. No porque sea intrínsecamente dañina, sino porque puede interferir con la neutralidad necesaria para que el proceso terapéutico se enfoque genuinamente en el mundo interno del paciente.
Sin embargo, enfoques contemporáneos ofrecen otras miradas. Teóricos relacionales y existenciales —como Irvin Yalom o Nancy McWilliams— sostienen que la neutralidad absoluta es un mito, y que la humanidad del terapeuta también puede ser una herramienta clínica, siempre que se utilice con discernimiento y el paciente siga siendo el centro.
Desde esta mirada, el terapeuta no necesita desaparecer, sino mostrarse de forma auténtica pero deliberada. Su self, cuando se pone al servicio del proceso, puede fortalecer el vínculo, generar confianza y facilitar la reparación emocional.
Más adelante, descubrí que no soy la primera en querer integrar una vida creativa con la práctica clínica. Varios psicólogos han habitado también el territorio del arte. Figuras como Carl Jung, Irvin Yalom, Clarissa Pinkola Estés, Marion Milner o Rollo May encontraron en la escritura, la pintura, la narrativa o el diario íntimo no solo un espacio expresivo, sino también una forma de explorar su mundo interno.
En todos ellos, la creación artística convivió con la práctica clínica.
Todos, a su manera, se autorrevelaron, ya sea a través del lenguaje simbólico, el relato autobiográfico, el diario o la ficción.
Y esto me lleva a una certeza: el arte no es moderado. No es neutral. No es imparcial.
El arte —al menos el que deseo crear— es íntimo. Y esa intimidad, una vez compartida, deja de ser completamente mía.
En esta exposición hay un riesgo. El riesgo de ser vista. De ser interpretada. De provocar reacciones emocionales en otros. De que alguien se cruce con versiones de mí que no encajan del todo con la figura neutral que el rol terapéutico exige.
Supongo que este es uno de los dilemas más grandes: ¿cuánto de mí deseo mostrar o exponer, considerando los riesgos que eso podría implicar?
En uno de los artículos que leí, Zur (2007) advertía sobre los riesgos de que los pacientes accedan a contenido personal del terapeuta fuera de sesión. Alertaba sobre cómo esto puede alterar la transferencia, desencadenar relaciones parasociales y debilitar los límites en la relación terapéutica. La situación se complica aún más en nuestro tiempo, cuando basta con una búsqueda en internet para acceder a fragmentos públicos de la vida privada de alguien.
Debo admitir que todavía no sé cómo manejar esto. He leído diversas alternativas para hacerlo de forma ética. De hecho, antes de comenzar a escribir en Substack, ya lo había contemplado. Para mí, es fundamental cuidar, incluso desde ahora de mis futuros pacientes y de la relación terapéutica que construyamos.
Todas estas preguntas me han hecho volver a una más profunda: ¿cuál es, el rol de un terapeuta?
Recuerdo algo que aprendí de mis mentores y supervisores: en terapia, lo esencial es que el proceso se trate del paciente, no del terapeuta. En ese sentido, parte de mi rol es ser un espejo… pero no un espejo vacío.
Un espejo que escucha, que siente, que resuena. Ese espejo —al igual que la escucha, la presencia o la sensibilidad— es una herramienta.
Yo no desaparezco cuando hago terapia, pero me ubico de forma distinta. Mi escucha cambia. Mi percepción también. Ambas se ponen al servicio del otro.
Para que estas herramientas se afiancen, necesito conocerme. Necesito explorarme. Y una de las formas más profundas y auténticas de hacerlo (para mí), es a través del arte.
Esta sensibilidad y deseo de conectar con mi parte creativa no me parece incompatible con ser terapeuta, en la medida en que aprenda a contener, cuidar el encuadre y ubicarme como recipiente del mundo interno del otro.
Claramente, mi trayecto apenas comienza. Todavía soy estudiante de psicología clínica y, aunque he acompañado a muchos pacientes, sé que aún me queda mucho por aprender, explorar y comprender. Lo mismo siento respecto a mi camino artístico: también me reconozco aprendiz.
Puedo habitar múltiples identidades, pero entiendo que, en cada espacio, una debe tomar protagonismo. Cuando soy terapeuta, mi rol creativo se retira unos pasos. Cuando escribo o creo, dejo que mi sensibilidad artística tome la voz principal, mientras el yo clínico observa desde el fondo.
Esta tensión no tiene una solución definitiva, y tal vez nunca la tenga. Ser terapeuta y expresarme creativamente implica dos maneras distintas de habitar el lenguaje, la mirada, el silencio. Pero no las siento enemigas.
Tal vez se trata menos de resolver la “contradicción”, y más de aprender a convivir con ella con responsabilidad, sensibilidad y conciencia ética. Si mi arte nace de lo que me duele o me moviliza profundamente, mi trabajo clínico exige contención, escucha y reflexión constante. Aprender a moverme entre ambos espacios —sin que uno invada ni borre al otro— es, quizás, el verdadero trabajo de integración.
Uno que apenas comienza, pero que recibo con los brazos abiertos.
Hasta el próximo intento,
- nichole r.
Descubrimientos semanales:
Qué estoy leyendo: “East of Eden” - John Steinbeck (va muy bien)
Canción de la semana: deste(yo)s - Del Mismo Racimo
Video, artículo, podcast que ha sido de inspiración:
119 - Un mundo feliz vs 1984 - ¿En cuál distopía estamos viviendo? - Bibliotequeando
Concepto psicológico:
Autenticidad - Según Victoria Molina (2017), la autenticidad no consiste únicamente en decir lo que uno piensa, sino en ser autor de uno mismo: gobernarse desde el autoconocimiento y actuar con congruencia entre la experiencia, la conciencia y la expresión. Es un proceso continuo que exige responsabilidad, humildad, empatía y reflexión. Ser auténtico implica también ajustar lo que compartimos en función del contexto y de los otros, sin que eso signifique caer en la falsedad. Desde esta mirada, la autenticidad no es individualismo, sino una forma de integridad que reconoce la influencia mutua entre el yo y su entorno. Es, en definitiva, un proyecto vital: profundamente humano, éticamente sensible y lleno de contradicciones que vale la pena habitar.
Qué reflexión tan interesante, Nichole. Yo como compañera de profesión me lo he planteado varias veces. Creo que el debate además está muy en auge, sobre todo a raíz de la emergencia de las redes sociales y de la divulgación por parte de los psicólogos. Al final, creo que la conclusión va un poco en la línea de lo que comentas al final: abrazar la contradicción con la responsabilidad suficiente para poner como prioridad el bienestar de la persona que deposita su confianza en nosotras, sin renunciar a nuestra parte artística, que en esencia forma parte de quienes somos, y por tanto de nuestra autenticidad
No había puesto el pensamiento en esto, siendo también estudiante de psicología y escritora. Creo que me dejo llevar por ambas fuentes intensamente sin querer limitar la otra, pero puesto de tu perspectiva parece importante evaluar los límites.